22 de febrero de 2013

Fragmentos de un discurso amoroso

Roland Barthes

La lectura de estos fragmentos nos transporta directamente al lado del ente amado, y que, entre recuerdos e inventos <cortesía de la imaginación>, Barthes nos ubica dentro de este puente de comunicación como orador o como oyente siendo victimas de sentimientos irreprimibles.

Citando a Barthes en el fragmento El cuerpo del otro:

CUERPO: Todo pensamiento, toda emoción, 
todo interés suscitados en el sujeto amoroso por el cuerpo amado.

Lleno de imágenes mentales descubrimos que, seamos nosotros los escrutados o los escrutadores, la imagen de nuestro propio sujeto amoroso se ve inmerso en apropiados calificativos como un cuerpo tibio o suave, una voz mundana o un figurín porcelanizado. Y es que después de todo, nos encontramos en situaciones donde, aún analizando cada centimetro, podemos leer, sin comprender nada, la causa de nuestro deseo. Será tal vez que los recuerdos más presentes, al ser reflejados en un texto, nos cautiva. Y esto deberá remitirnos directamente a lo personal, incluso parece absurdo decirlo, pero pienso que cuando hablamos de textos que nos conectan con nuestras emociones tienen la facultad de alegrarnos o llenarnos de melancolía, dependiendo de nuestras experiencias, después de todo "la belleza se encuentra en el ojo de quien la mira" y si de literatura se trata -la belleza del texto se encuentra en la experiencia de quien la lee-. Aterricemoslo a terrenos coloquiales "cada quién habla de la feria como le fue en ella" así que, como se menciona en la primera parte de este libro no se debe reducir lo amoroso a un simple sujeto sintomático, sino más bien hacer entender lo que hay en su voz de inactual, es decir de intratable. Barthes sustituye la descripción del discurso amoroso por su simulación (el yo). Es un retrato estructural: el lugar de alguien que habla en sí mismo, amorosamente, frente a otro que no habla.

No olvidemos que son Fragmentos de un discurso amoroso, y no Fragmentos de un monólogo amoroso, insisto que estas palabras se vuelven discurso cuando pasamos de ser orador a oyente, y viceversa. Podemos apropiarnos de las palabras de Barthes y ser nosotros quién las dirija a alguien, o bien, imaginar que nuestro sujeto amoroso es quién nos las dirige.

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