15 de mayo de 2013

Guillaume Apollinaire

Vida y obra

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Hijo natural de una joven polaca de veintiún años, cuyo padre se decía que era nada menos que camarlengo del Papa, el 26 de agosto de 1880 es dado a luz en Roma un niño cuyo nacimiento no se registra sino cinco días mas tarde, bajo los nombres de Dulcigni Guillaume Albert, conservando su madre el anonimato. El 29 de septiembre su madre, la señorita Angélica de Kostrowitzky, hace bautizar en la iglesia de San Vito, en Roma, a un niño al que hace llamar Guillaume Apollinaire Albert. Y recién el 2 de noviembre del mismo año, ante escribano público, su madre decide reconocer como hijo natural suyo al niño antes llamado Dulcigni dándole los nombres de Guillaume Albert Wladimir Alexandre Apollinaire.

En 1882 la madre de Apollinaire alumbra a un segundo niño: Albert. Y en 1885 su padre, que no es otro que el caballero italiano Francesco Flugi d’Aspermont, de unos cincuenta años, abandona a Angelica de Kostrowitzky, quien se va a vivir a Mónaco con sus dos hijos. En 1889 Guillaume entra al colegio católico Saint-Charles, donde conoce a Rene Dalize, escritor y amigo de la infancia.

No es difícil imaginar la dolorosa huella que todos estos avatares, que no hacían más que comenzar, han de haber dejado en el ánimo infantil del pequeño Guillaume, en una época y en un medio en que tales circunstancias no eran en absoluto lo habitual. Sin embargo, en toda su obra no hay alguna referencia concreta a este asunto o alguna queja contra su padre. Han de tomarse también a cuenta de ello las leyendas que sobre su origen él mismo no se preocupaba en desmentir, como la que lo hacía hijo de un sacerdote italiano, que en realidad no era más que hermano de su padre. Con más que buen humor, una característica de toda su vida, Apollinaire aprende desde joven a burlarse sanamente de sí mismo, de las convenciones sociales o culturales, y también de las penas, aún de las más dolorosas.

Después de trabajar como preceptor de su hija con una rica alemana, la vizcondesa de Milhau, en 1902 se inicia tanto la fecunda actividad literaria de Apollinaire, colaborando en la Revue Blanche, como la serie de sus viajes y sus amores, casi siempre desdichados, el primero de los cuales es la inglesa Annie Playden. En 1903 conoce a Alfred Jarry y a André Salmón, al mismo tiempo que publica su propia revista: Le Festín d'Esope. Y, al año siguiente, continúan las amistades significativas: conoce a Picasso y a Max Jacob. En 1908 se enamora de una joven pintora: Marie Laurencin. Y sus amores y amistades lo llevan a la crítica de arte. Exalta a los nuevos artistas: Matisse, Van Dongen, Picasso, Braque, Dufy, Derain, Vlaminck, entre otros. Conoce al legendario Aduanero Rousseau, quien lo retrata en su famoso cuadro La Musa inspirando al poeta. En mayo de 1909 La Canción del Mal Amado, uno de sus más imborrables poemas, aparece en la revista Mercure de France. Ese mismo año, dos jóvenes editores, los hermanos Briffaut, le encargan dos colecciones de textos libertinos o satíricos. Apollinaire las encara con todo cuidado y atención y, entre otros textos significativos, nace una antología del Marqués de Sade. También publica su primer libro El encantador en putrefacción. El 7 de setiembre de 1911 es arrestado, bajo la acusación de un robo de estatuillas cometido en el Louvre. Pero el mismo día 13 es dejado en libertad. Y el 19 de enero de 1912 el juez reconoce finalmente la inocencia de Apollinaire. En otoño de 1912, Marie Laurencin decide cortar su relación con el poeta. En la primavera de 1913 publica Meditaciones estéticas, primera obra consagrada a los pintores cubistas. Y a fines de abril aparece Alcoholes, uno de sus dos libros mayores de poesía. El 29 de junio se adhiere al movimiento futurista desencadenado en Italia por Marinetti y redacta un agresivo manifiesto: La Antitradición futurista. En julio de 1914 publica en Les Soirées de París —una revista en cuya fundación había participado— algunos de sus primeros caligramas, poemas de experimentación visual, que ya se han vuelto clásicos. El 31 de julio de ese año el gobierno anuncia la movilización general. El 3 de septiembre la ofensiva alemana amenaza París. Rechazado por su nuevo amor, Louise de Coligny-Chatillon, y privado de los recursos que le brindaba el periodismo, en diciembre se enrola para toda la guerra —aunque su nacionalidad no lo obligaba a ello— y se dirige a Nimes, donde es incorporado al 38° regimiento de artillería. A comienzos de abril de 1915 parte hacia el frente, donde pocos días más tarde es ascendido a brigadier. En mayo, por carta, nace un idilio con Madeleine Pagés, una joven francesa residente en Oran (Argelia), con quien había viajado por azar a comienzos de ese año. El 10 de agosto pide la mano de la muchacha, que le es concedida.
El 20 de noviembre, ambicionando un nuevo ascenso, solicita ser trasladado a la infantería, sin duda más peligrosa, logrando el grado de subteniente en el 96° regimiento. El 17 de marzo de 1916, a eso de las 16 horas, en una trinchera de los bosques de Buttes, cerca de Berry-au-Bac, un obús lo hiere en la sien derecha, después de horadar su casco. El 18 de marzo es evacuado y operado a las dos de la mañana. A finales de abril, sus amigos, los editores Briffaut, publican El joven asesinado. El 9 de mayo, transportado a Auteuil, es trepanado por el doctor Baudet. En junio, la revista Cabaret Voltaire que publica en Zurich el grupo iniciador del dadaísmo, incluye un poema de Apollinaire. El 21 de junio de 1917 el poeta Pierre-Albert Birot hace representar en Montmartre Les Mamelles de Tirésias, un drama al que su autor califica utilizando por primera vez el término surrealista. Él 26 de noviembre, se lleva a cabo una importante conferencia sobre el "espíritu nuevo". En enero de 1918, una congestión pulmonar le lleva de vuelta al hospital. En marzo aparece Caligramas, su segundo gran libro de poemas. El 2 de mayo se casa con Jacqueline Kolb, la "linda pelirroja" del poema inolvidable. Los testigos del novio son Picasso y Ambroise Vollard. A comienzos de noviembre contrae la "gripe española", y muere el día 9 de ese mes, a las 17 horas. Cuatro días después, el 13 de noviembre de 1918, es enterrado en el cementerio del Pére Lachaise. Son treinta y siete años de una vida intensa y paradigmática. 



Pareciera como si el destino hubiese querido que la vida de Guillaume Apollinaire luciera como una metáfora o como el profeta del espíritu moderno, muestra en sus palabras y poemas la presencia de una vida cálida y contagiosa llena de anécdotas, amores, revistas, amigos y movimientos, muestra que la literatura no está en absoluto separada de la vida, que la poesía es nada menos que “una manera de vivir”.

Su obra constituye un auténtico fermento de renovaciones estéticas que más tarde, durante el siglo, llegarían a ser encaradas y desarrolladas por el arte moderno, pueden rastrearse ya eficazmente muchas de las características —que luego serían peculiares— de su personalidad y de su obra. En primer lugar, y ya desde la primera página del primer cuento El caminante de Praga, se hacen evidentes la peculiar riqueza y variedad con que el lenguaje, los idiomas del mundo, se cruzaban en él, hijo de madre polaca y padre probablemente italiano, nacido en Roma y afincando en París, auténtico descendiente de Babel.  Esa permanente alusión a la bullente vitalidad de los idiomas europeos, se reitera una y otra vez a lo largo de El Heresiarca y Cía.. En el cuento antes citado. Y en el comienzo de El judío latino. Así como puede leerse en la primera de las Tres Historias sobre Castigos Divinos.

En segundo lugar, asoma aquí ya esa vena de desparpajo y de irreverencia, sutilmente teñida del más sano erotismo que, a las contradicciones de ser hijo y nieto de quien era y educado en un colegio católico, responde con la reducción al absurdo de muchos de los mitos que ya crujían en esa época: desde la infalibilidad pontificia hasta el bautismo antes de la muerte como absolución de todos los pecados, desde el Judío Errante hasta el Abogado del Diablo, desde las herejías por los mil y un motivos posibles hasta las mil y una posibilidades de relación de cristianos y hebreos. Todo ello sometido a la prueba de fuego de una lógica a la vez divertida e inflexible, legítima antecesora del mejor humor negro. Pero también al lirismo del mejor cuño, esa mirada nostálgica que, como bisagra entre dos tiempos, despide melancólicamente al que se va mientras encara ávidamente el futuro. Y, asimismo, se perciben aquí, palpitantes y actuando, muchas de las características que entretejen sin posibilidad alguna de separación de la obra y la vida de Guillaume Apollinaire. Del incesante vagabundeo de país en país y de idioma en idioma que constituyen, tanto su propia ascendencia como la infancia y la juventud que le tocó vivir, y también de su asombrosa capacidad para gozar todo y de todo, intrínseca a su manera solar de ser, y que todavía podía permitirse gozar de la vida sin otra preocupación que hacerlo a gusto, El Heresiarca y Cía. recoge el clima funambulesco, vibrante y abigarrado de los lugares y las gentes con que Apollinaire tuvo que convivir. Un pintoresco panorama de una humanidad que aún puede reír, tener sueños y esperanzas, preocuparse por los pequeños problemas de la sagrada vida cotidiana, beber a la salud de la amada o los amigos, enamorarse locamente y cantar locamente a la belleza.

Aunque, por supuesto, no sólo de eso se trata. Se trazan aquí, también, casi como jugando, buena parte de las direcciones que luego iba a retomar el espíritu contemporáneo. Cuentos tan magistrales y ricos como ¿Qué Vlo-ve? o La desaparición de Honoré Subrac, por no citar sino a los más tocantes, bastan para colocar a su autor en primera línea, en cuanto a creatividad e invención. Sí no fuera que estos cuentos, además, por su clima y por su letra, no vienen sino a conformar también por anticipado, a la manera de auténticos heraldos, lo que luego demostrarían sus dos magnos libros de poesía: Alcoholes y Caligramas. Uno sólo es el espíritu, el sentido y la significación de la obra toda de Apollinaire. Uno sólo es el clima que comparte, el clima que crea y que recrea, en uno y otro género: la exaltación generosa y fecunda de lo viviente, el emocionado homenaje a la gloria de estar vivo, un canto de amor universal exento de toda grandilocuencia y ampulosidad que, no por ser limpiamente general, deja de resultar a la vez específico, peculiar, no menos limpiamente original. Y no menos original y limpiamente encarnado en un lenguaje, hecho evidencia viva y compartible. Hecho belleza y pasión, “razón ardiente”, que en su corta vida nunca llegó a desmentir.



Hay una coherencia tan nítida entre la vida, la conducta y la obra de Apollinaire, con su lirismo, tan cercano y feliz, tan compañero y exigente, que su legítimo resplandor no cesa de alumbrar. ¿Es casual acaso que uno de los astronautas de Solaris, el inteligente filme del joven director soviético Andrei Tarkovsky, basado en la no menos exigente y lúcida novela de ciencia-ficción del polaco Stanislav Lem, un auténtico adelantado del género, incluya entre las pocas cosas que lleva hacia el espacio misterioso un ejemplar de Alcoholes? Pocos textos, pocas palabras, pueden hacernos sentir tan unidos a la Tierra, tan ligados a lo mejor de ella, tan humanamente humanos— valga la redundancia— y tan centrados en la vida, en lo mejor de la vida.


Fuentes de información

Estudio preliminar de Rodolfo Alonso en:
Apollinaire Guillaume. El Heresiarca y Cía. Centro Editor de América Latina, 1982, Buenos Aires.

http://es.wikipedia.org/wiki/Guillaume_Apollinaire

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